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nascofino

20 octobre 2008

un peine que facilita el peinado

A ciegas.

Con el sombrero verde puedo decir : ...” en lugar que la gente pague por nuestro producto, nosotros le pagaremos para que se lo lleve”. Con esto hemos provocado, pero la idea se transforma en: “Daremos bonos que valen como dinero para las personas que compran cierta cantidad de producto y con esto comprarán más”. Es decir transformamos la idea provocadora en una lógica que nos puede dar buenos resultados, de eso se trata. Normativo. El azul es frío, y es también el color del cielo, que esta por encima de todo. El sombrero azul se ocupa del control y la organización del proceso del pensamiento, es decir del uso de los demás sombreros. Como dicotomía podemos decir que la creatividad es limitada por la normatividad, esto es por el control. Pensemos en una rígida escuela militar en donde el oficial le dice al subalterno: “¡Aquí no se piensa, sólo se cumplen las ordenes sin objeciones ni murmuraciones!” .Con el sombrero azul dejamos de pensar en el tema, para pensar en el pensamiento necesario que permite sondear dicho tema. Es decir, con éste sombrero decidimos cuál de los otros cinco sombreros usar y nos indica cuándo cambiar de sombrero. Me valdré, por lo pronto, de un primer ejemplo. En todos los tiempos se ha querido volver “mejor” al hombre; este propósito era lo que primordialmente se entendía por moral. Mas he aquí que este término implica tendencias diametralmente opuestas. Tanto domesticar la bestia humana como “criar” un determinado tipo humano ha sido considerado como “mejoramiento” del hombre; sólo estos dos términos zoológicos expresan realidades; realidades, es verdad, de las que el “mejorador” típico, el sacerdote, no sabe nada, no quiere saber nada... Llamar a la domesticación de un animal su “mejoramiento” suena casi a burla sangrienta. Quien sabe lo que ocurre en los circos de animales, desconfía que en ellos sean “mejoradas” las bestias. Se las debilita, se reduce su peligrosidad, se las convierte por el efecto depresivo del miedo, por dolor, herida y hambre, en bestias morbosas. Pues dicen: lo mismo ocurre con el hombre domesticado, que el sacerdote ha “mejorado”. En la temprana Edad Media, en tiempos en que la Iglesia era en efecto primordialmente una especie de zoológico amaestrado, se cazaban los ejemplares más hermosos de la “bestia rubia”; se “mejoraba”, por ejemplo, a los germanos de noble linaje. Pero tal germano “mejorado”, atraído al convento, quedaba reducido a una caricatura de hombre, un ser trunco; convertido en un “pecador”, estaba metido en una jaula, recluido entre conceptos terribles... Helo aquí postrado, enfermo, enclenque, fastidiado consigo mismo, lleno de odio a todo lo que seduce de la vida y de recelo hacia todo lo que era todavía fuerte y feliz. En una palabra, un “cristiano”... Fisiológicamente hablando, en la lucha con la bestia, enfermarla puede ser el único medio de debilitarla. Bien entendía el problema la Iglesia; echando a perder al hombre, lo debilitaba, pretendiendo “mejorarlo”... Consideremos el otro caso de la llamada moral, el de la “cría”; formación de una determinada raza y tipo. El ejemplo más grandioso al respecto es la moral india, sancionada como religión por la “Ley de Manú”. Aquí se propone' la tarea de formar simultáneamente nada menos que cuatro razas: una sacerdotal, otra guerrera, otra mercantil y campesina y, por último, una raza destinada a servir, los sudras. En este caso nos encontramos definitivamente entre domadores de fieras; un tipo humano cien veces más suave y cuerdo, se necesita para concebir siquiera el plan de tal formación. Respira uno con alivio al pasar de la atmósfera cristiana de hospital y cárcel a este mundo más sano, más elevado y amplio. ¡Cuán pobre y maloliente aparece el “Nuevo Testamento” al lado de Manú! ¿Cuál es el resultado si se procede de un modo diferente? ¿Si, por ejemplo, se practica sicología reporteril sobre el modelo de los romanciers parisienses, grandes y pequeños? Esa gente dijérase que acecha la realidad y todas las noches vuelve a casa con un puñado de curiosidades... Pero el resultado está a la vista: un montón de páginas pintarrajeadas, un mosaico en el mejor de los casos; de todos modos, una cosa compuesta, inquieta, estridente. En este aspecto, lo peor corresponde a los Goncourt, los cuales no juntan tres frases que no hieran la vista, la vista del sicólogo. La Naturaleza, artísticamente apreciada, no es un modelo. Exagera, deforma y crea lagunas. La Naturaleza es el azar. El estudio “del natural” se me antoja un mal síntoma; denota sumisión, debilidad y fatalismo. Esta postración ante los petits faits no es digna del artista cabal. Ver lo que es-he aquí algo que corresponde a un tipo diferente de espíritus, a los espíritus anti-artísticos, fácticos-. Hay que saber quién se es... A propósito de la sicología del artista. Para que haya arte, cualquier hacer y mirar estético, es imprescindible un requisito fisiológico: la embriaguez. Hasta que la embriaguez no haya acrecentado la excitabilidad de todo el mecanismo no aparece el arte. Todas las clases de embriaguez, por diferentemente determinadas que estén, tienen este poder; lo tiene, sobre todo, la embriaguez de la excitación sexual, forma antigua y primaria de la embriaguez. Como también la embriaguez que deriva de todos los grandes apetitos, de todos los fuertes afectos; la embriaguez de la fiesta, de la rivalidad, de la hazaña, del triunfo, de todo movimiento extremo; la embriaguez de la crueldad; la embriaguez de la destrucción; la embriaguez derivada de determinados factores meteorológicos, por ejemplo, la embriaguez de la primavera o de la acción de los narcóticos. Por último, la embriaguez de la voluntad, de una voluntad cargada y henchida. Lo esencial de la embriaguez es la sensación de fuerza acrecentada y plena. Esta sensación impulsa al individuo a obsequiar a las cosas, a participar en ellas, a violentarlas; a esto es a lo que se le llama idealizar. Emancipémonos en este punto de un prejuicio: el idealizar no consiste, como se cree comúnmente, en una deducción o abstracción de lo pequeño y secundario, lo decisivo es una tremenda acentuación de los rasgos principales, al punto que desaparecen los demás. Embargado por este estado, uno enriquece todo con su propia plenitud; todo lo que ve y apetece lo ve henchido, pletórico, vigoroso, cargado de fuerza. El hombre ebrio transmuta las cosas, hasta que reflejan su propio poder, hasta que son reflejos de su propia perfección. Este no poder por menos de transmutar las cosas en algo perfecto es a lo que llamamos arte. Incluso todo lo que él no es, se convierte en goce propio; en el arte, el hombre goza de sí mismo como de algo perfecto. Es dable concebir un estado contrario, una específica esencia anti-artística del instinto, un modo de ser que empobrece, diluye y atrofia todas las cosas. Y, en efecto, abundan en la historia tales antiartistas, tales famélicos de la vida que por fuerza toman las cosas, las agotan y desnutren. Tal es, verbigracia, el caso del cristianismo genuino de Pascal. No se da un cristiano que al mismo tiempo sea artista..., y no se incurra en la puerilidad de alegar el caso de Rafael o de cualquier cristiano homeopático del siglo XIX; Rafael dijo sí e hizo sí, luego no fue un cristiano... Considerando la enorme actividad que debe realizar mi sistema nervioso, me asombra su sutileza y su resistencia maravillosa: largos y pesados sufrimientos, una profesión inapropiada, ni siquiera una terapéutica equivocada han podido dañarlo en lo esencial; por el contrario, el año pasado se afirmó y gracias a él pude producir uno de los libros más valientes, más elevados y más reflexivos que alguna vez hayan podido nacer de un cerebro y de un corazón humano. Incluso si hubiera puesto fin a mis días en Recoraro, hubiese muerto uno de los hombres más inflexibles y mas circunspectos, y no un desesperado. Mis cefalalgias son muy difíciles de diagnosticar, y en cuanto a los materiales científicos necesarios para eso, sé que no importa de qué médico se trate. Sí, mi orgullo científico se ofende cuando usted me propone nuevas curas y parece creer que yo “me abandono a la enfermedad”. ¡Téngame confianza también en cuanto a esto! Hace sólo un año que prosigo el tratamiento y si antes cometí faltas fue por haber cedido y experimentado lo que otros me aconsejaban con apresuramiento. Así pasó con mis estadías en Naumburg, en Narienbad, etcétera. Por otra parte, todo médico comprensivo me dejó entrever que una cura se daría al cabo de muchos años, y que ante todo me hace falta desembarazarme de las repercusiones graves que resultaron de los falsos métodos con los que me trataron durante tan largo período... En adelante seré mi propio medico y quiero que se diga, además, que habré sido uno de los buenos -y no sólo para mí mismo. En cualquier caso, me preparo todavía para muchos períodos dolorosos; no se impacienten, ¡se los suplico de todo corazón! Eso es lo que me impacienta más que mis propios sufrimientos, porque me prueba qué poca fe en mí mismo tienen mis parientes más próximos. Estoy asombrado, realmente maravillado. -Tengo un predecesor ¡y que uno! Casi no conocía nada de Spinoza: el que yo lo buscara precisamente ahora fue un “acto del instinto”. No sólo que su tendencia general es igual a la mía -de convertir el conocimiento en el mas poderoso de los impulsos- me identifico con cinco puntos principales de su doctrina: éste, el más inaudito y más solitario de los pensadores es el más cercano a mí precisamente en esas cosas: niega el libre albedrío, las finalidades, el orden cósmico/ético, lo no egoísta, lo malo [...] mi soledad es ahora al menos una soledad a dúo. El sol de agosto está sobre nosotros, el año corre, un silencio más grande, una paz más grande recomienzan sobre las montañas y en los bosques. En mi horizonte se levantan pensamientos que nunca había visto, ¡no los dejaré traslucir y me mantendré en el seno de una calma impasible! ¡Ah, mi amigo, a veces me atraviesa la sensación de que después de todo vivo un vida tan peligrosa porque soy de esa clase de maquinas que pueden EXPLOTAR! La intensidad de lo que siento me da escalofríos y risa -ya me pasó muchas veces no poder dejar la habitación, bajo el pretexto risible de que mis ojos estaban inflamados, ¿de qué? El día anterior a cada una de esas oportunidades, durante mis vagabundeos, lloraba demasiado, no lágrimas sentimentales, sino de alegría: y en medio del llanto, cantaba y profería cosas absurdas, colmado de una nueva visión que tuve antes que todos los hombres. A fin de cuentas -si no pusiera tanta fuerza en mí mismo, si necesitara esperar la aprobación, el ánimo, el cosuelo de afuera, ¡dónde estaría! ¡Quién sería! Realmente hubo instantes y períodos enteros de mi vida (por ejemplo el año 1878) en que hubiese sentido un asentimiento, un apretón de manos en señal de aprobación como el mayor de los consuelos y precisamente entonces, habiendo podido hacerme un bien, aquellos me dejaron en manos de quien yo creía que podía confiar. En adelante, yo no espero nada y sólo experimento con tristeza cierto estupor cuando pienso en las cartas que ahora recibo -todo es ahí tan insignificante, nadie sintió nada por mí, nadie tiene la menor idea acerca de mí-; lo que se me dice es respetable y condescendiente, pero distante, distante, distante. Incluso nuestro querido Jacob Burckhardt me escribe cartitas opacas y pusilánimes. Querido señor catedrático. Al fin y al cabo preferiría ser catedrático en Basilea que Dios, pero no me he atrevido a llevar tan lejos mi egoísmo privado para desatender por su causa la creación del mundo. Como usted sabe, de alguna manera hay que saber hacer sacrificios, en cualquier lugar donde uno viva. Sin embargo reservé un pequeña habitación de estudiante, situada frente al Palazzo Carignano (en el que nací como Vittorio Emanuel), que además me permite oír sentado a la mesa la soberbia música ejecutada debajo, en la Gallería Subalpina. Pago 25 francos con el servicio incluido, me hago yo mismo el té y las compras, sufro por los zapatos agujereados, y a cada momento doy gracias al Cielo por el mundo antiguo, con el que los hombres no han sido lo bastante simples, ni lo bastante silenciosos. Como estoy destinado a divertir a la próxima eternidad con malas farsas, tengo aquí un escritorio que, sinceramente, no deja nada que desear ni ofrece nada para agotar. El correo está sólo a cinco pasos, ahí echo mis cartas en el buzón, para convertirme en el gran folletinista del gran mundo. Naturalmente, me encuentro en estrechas relaciones con el Figaro y, para que pueda hacerse la idea de que mi manera de ser no podría ser más inofensiva, escuche mis dos primeras farsas

Hablar por hablar.

Una parte del capital productivo, difícil de clasificar, a saber: el capital adicional necesario para la reparación y el sostenimiento del capital fijo, se presenta también bajo un aspecto distinto. Escorts Madrid Si se está en la necesidad de hacer de la razón un tirano, como ocurrió en el caso de Sócrates, existe, por supuesto, un grave peligro de que otra cosa quiera ser tirana. En aquel entonces se adivinaba la racionalidad como salvadora; ni Sócrates ni sus “enfermos” estaban en libertad de ser o no racionales; la racionalidad era para ellos su último recurso. El fanatismo con que a la sazón todo el pensamiento griego se abalanzaba sobre ella revelaba un apremio; se estaba en peligro, colo­cado ante la alternativa de sucumbir o ser absurda­mente racional... El moralismo de los filósofos griegos a partir de Platón está patológicamente determinado, lo mismo que su culto de la dialéctica. Razón igual a virtud igual a felicidad quiere decir simplemente hay que imitar el ejemplo de Sócrates y establecer fren­te a los apetitos tenebrosos una claridad permanente la claridad de la razón. Hay que ser cuerdo, claro, lú­cido a toda costa; toda transigencia con los instintos, con lo inconsciente, hunde... BCN chicas Pues bien; ¿qué nos dice la tercera carta social [p. 87] respecto al nacimiento de la plusvalía? Nos dice, sencillamente, que la "renta", término en el que el autor sintetiza la renta del suelo y la ganancia no nace de un "recargo de valor" sobre el valor de la mercancía, sino "como consecuencia de una deducción de valor que se le impone al salario; en otros términos, porque el salario sólo representa una parte del valor del producto del trabajo" y porque allí donde la productividad del trabajo es suficiente, "no necesita ser igual al valor natural de cambio de su producto, con objeto de que quede un remanente para la reposición del capital (!) y para la renta". Sin que se nos diga qué "valor natural de cambio" del producto es ése en el que no queda ningún remanente para la "reposición del capital", es decir, para la reposición de las materias primas y del desgaste de las herramientas. girlsbcn.com.es Por tanto, el dinero invertido en algodón sólo se recupera en su integridad un mes más tarde, en noviembre en vez de octubre. Por consiguiente, si al reducirse el tiempo de circulación y con él la rotación, se elimina 1/9 del capital desembolsado = 100 libras esterlinas en forma de capital–dinero y estas 100 libras se hallan formadas por 20 de capital–dinero periódicamente superfluo para el pago de salarios y 80 que existen para una semana como reserva periódicamente excedente de producción, la reducción de la reserva productiva remanente que, con respecto a estas 80 libras, supone esto para el fabricante, corresponde al aumento de la reserva de mercancías por parte del almacenista de algodón. El algodón permanece almacenado en poder de éste como mercancía el mismo tiempo que deja de hallarse situado en el almacén del fabricante, como reserva de producción. Relax Barcelona Pero en segundo lugar: prescindiendo totalmente de la insos­tenibilidad histórica de aquella hipótesis sobre la procedencia del juicio de valor «bueno», ella adolece en sí misma de un contrasentido psicológico. La utilidad de la acción no egoísta, dice, sería el origen de su alabanza, y ese origen se habría olvi­dado: –– ¿cómo es siquiera posible tal olvido? ¿Es que acaso la utilidad de tales acciones ha dejado de darse alguna vez? Ocu­rre lo contrario: esa utilidad ha sido, antes bien, la experien­cia cotidiana en todos los tiempos, es decir, algo permanente­mente subrayado una y otra vez; en consecuencia, en lugar de desaparecer de la conciencia, en lugar de volverse olvidable, tuvo que grabarse en ella con una claridad cada vez mayor. Mucho más razonable resulta aquella teoría opuesta a ésta (no por ello es más verdadera––), que es defendida, por ejem­plo, por Herbert Spencer18: éste establece que el concepto «bueno» es esencialmente idéntico al concepto «útil», «conve­niente», de tal modo que en los juicios «bueno» y «malo» la humanidad habría sumado y sancionado cabalmente sus inolvidadas e inolvidables experiencias acerca de lo útil––con­veniente, de lo perjudicial––inconveniente. Bueno es, según esta teoría, lo que desde siempre ha demostrado ser útil: por lo cual le es lícito presentarse como «máximamente valioso», como «valioso en sí». También esta vía de explicación es falsa, como hemos dicho, pero al menos la explicación misma es en sí razonable y resulta psicológicamente sostenible. http://www.girlsmadrid.com Las dimensiones que la circulación de las mercancías toma en manos del capitalista no pueden, naturalmente, convertir en fuente de valor este trabajo que no crea valor alguno, sino que se limita a hacer cambiar al valor de forma. Y el milagro de esta transubstanciación no pueden obrarse tampoco por medio transposición de sujetos, es decir, haciendo que el “trabajo de combustión” a que nos referimos, en vez de ser ejecutado directamente por el capitalista industrial, se convierta en misión exclusiva de terceras personas a sueldo de él. Naturalmente, estas terceras personas no pondrán su trabajo a disposición suya por amor a sus beaux yeux (3). Al encargado de cobrar las rentas de un terrateniente o al ordenanza de un banco le tiene sin cuidado el que su trabajo no aumente ni en un ápice la magnitud de valor de las rentas cobradas (o de las monedas de oro trasladadas en talegas a otro banco).1 valencia prostitutas La fórmula D – T es considerada, en general, como característica del régimen capitalista de producción. Pero no, ni mucho menos, como se ha pretendido hacer creer, por el hecho de que la compra de la fuerza de trabajo sea un contrato de compra en el que se estipula la entrega de una cantidad de trabajo mayor de la que se necesita para reponer el precio de la fuerza de trabajo, el salario; es decir, por el hecho de que la entrega de trabajo sobrante constituya la condición fundamental para la capitalización del valor desembolsado o, lo que es lo mismo, para la producción de plusvalía, sino más bien en cuanto a la forma que existe, toda vez que bajo la forma del salario se compra trabajo con dinero, y esta operación se reputa característica de la economía pecuniaria. Saunas compañía femenina Barcelona Este problema del valor de la compasión y de la moral de la compasión (––yo soy un adversario del vergonzoso reblande­cimiento moderno de los sentimientos––) parece ser en un primer momento tan sólo un asunto aislado, un signo de in­terrogación solitario; mas a quien se detenga en esto una vez y aprenda a hacer preguntas aquí, le sucederá lo que me sucedió a mí: –– se le abre una perspectiva nueva e inmensa, se apodera de él, como un vértigo, una nueva posibilidad, surgen toda suerte de desconfianzas, de suspicacias, de mie­dos, vacila la fe en la moral, en toda moral, –– finalmente se deja oír una nueva exigencia. Enunciémosla: necesitamos una crí­tica de los valores morales, hay que poner alguna vez en entre­dicho el valor mismo de esos valores ––y para esto se necesita te­ner conocimiento de las condiciones y circunstancias de que aquéllos surgieron, en las que se desarrollaron y modificaron (la moral como consecuencia, como síntoma, como máscara, como tartufería, como enfermedad, como malentendido; pero también la moral como causa, como medicina, como es­tímulo, como freno, como veneno), un conocimiento que hasta ahora ni ha existido ni tampoco se lo ha siquiera desea­do. Se tomaba el valor de esos «valores» como algo dado, real y efectivo, situado más allá de toda duda; hasta ahora no se ha dudado ni vacilado lo más mínimo en considerar que el «bue­no» es superior en valor a «el malvado» 15, superior en valor en el sentido de ser favorable, útil, provechoso para el hombre como tal (incluido el futuro del hombre). ¿Qué ocurriría si la verdad fuera lo contrario? ¿Qué ocurriría si en el «bueno» hu­biese también un síntoma de retroceso, y asimismo un peligro, una seducción, un veneno, un narcótico, y que por causa de esto el presente viviese tal vez a costa del futuro? ¿Viviese qui­zá de manera más cómoda, menos peligrosa, pero también con un estilo inferior, de modo más bajo?... ¿De tal manera que justamente la moral fuese culpable de que jamás se alcan­zasen una potencialidad y una magnificencia sumas, en sí po­sibles, del tipo hombre? ¿De tal manera que justamente la mo­ral fuese el peligro de los peligros?... Saunas Gerona En segundo lugar, al enumerar las cosas que forman el capital fijo y el capital circulante, se ve claramente que A. Smith confunde la distinción entre los elementos fijos y circulantes del capital pro­ductivo, que sólo puede regir y tener un sentido con respecto a este capital (al capital en su forma productiva), con la distinción entre el capital productivo y las formas que corresponden al capital en su proceso de circulación: la del capital–mercancias y la del capital­ –dinero. El mismo dice, en este pasaje (p. 256): “El capital cir­culante consta... de las provisiones materiales y artículos acabados de todas clases, que se hallan en poder de los comerciantes respec­tivos, así como también del dinero necesario para hacerlos circular y efectuar la distribución, etc.” En realidad, si nos fijamos bien vemos que aquí, a diferencia de lo que ocurría antes, el capital cir­culante vuelve a equipararse al capital–mercancías y al capital–dinero, es decir, a dos formas de capital que no tienen nada que ver con el proceso de producción, que no son capital circulante por oposición al capital fijo, sino capital de circulación por oposición al capital productivo. Sólo al lado de éstas figuran luego las partes del capital productivo invertidas en materiales (materias primas o artículos a medio fabricar) e incorporadas realmente al proceso de producción. Véase lo que dice A. Smith. Relax en Valencia El régimen capitalista de producción presupone la producción en gran escala y, como consecuencia de ello, la venta en gran escala también. presupone, por tanto, la venta al comerciante y no directamente al consumidor individual. Cuando este consumidor sea, a su vez, consumidor productivo, es decir, capitalista industrial; o, dicho en otros términos, cuando el capital industrial de una rama de producción suministre medios de producción a otra rama, se operará también (en forma de encargo, etc.) la venta directa de un capitalista industrial a muchos. En este sentido, todo capitalista industrial es vendedor directo, su propio comerciante, papel que, por lo demás, desempeña también cuando vende a otros comerciantes. saunas de relax en barcelona El dogma según el cual el precio de todas las mercancías (y también, por tanto, del total de las mercancías producto anual de la sociedad) se descompone en el salario, más la ganancia, más la renta del suelo adopta, incluso en la parte esotérica que cruza de un extremo a otro la obra de A. Smith, la forma de que el valor, de toda mercancía y también, por tanto, del total de las mercancías producto anual de la sociedad, = v + p, = valor capital invertido en fuerza de trabajo y constantemente reproducido por el obrero más la plusvalía que los obreros le añaden con su trabajo. bellezacordobesa.com Debilítase ya, por lo demás, la prueba físico-teológica con la observación empírica de que las obras del instinto animal, la tela de la araña, el panal de las abejas, la vivienda de los térmites, etc., se nos presentan cual si fuesen hijas de un concepto final, de una amplia previsión y deliberación racional, cuando en realidad son obra de un ciego instinto, esto es, de una voluntad no guiada por inteligencia, de donde se sigue que no es seguro lo que de semejante disposición se deduce, basándolo en tal modo de ser las cosas. En el cap. 27 del segundo tomo de mi obra capital, se hallará una prolija consideración acerca del instinto. Ese capítulo, con el que le precede acerca de la teleología, pueden utilizarse cual complemento de todo lo tratado aquí. contactos eroticos barcelona

Quien tuvo, retuvo.

Cuando el capitalista personifica simplemente el capital industrial, su propia demanda se reduce a la demanda de medios de producción y fuerza de trabajo. Su demanda de Mp es, considerada en cuanto a su valor, menor que su capital desembolsado; compra medios de producción por menos valor que el de su capital y, por tanto, de menos valor también que el capital –mercancías que lanza al mercado. Chicas compañía Barcelona A pesar de que, como hemos visto, una gran parte del dinero que refluye para la reposición del desgaste del capital fijo revierte anualmente o incluso en períodos de tiempo más cortos a su forma natural, todo capitalista aislado necesita disponer de un fondo de amortización para aquella parte del capital fijo que sólo llega a su término de reproducción de una vez y a la vuelta de varios años, debiendo entonces reponerse en bloque. Una parte considerable del capital fijo excluye, por su propia naturaleza, la posibilidad de una reproducción gradual. Además, allí donde la reproducción se efectúa gradualmente, de tal modo que las partes depreciadas son sustituidas por otras nuevas, se hace necesaria, según el carácter especifico de cada rama de producción una acumulación previa en dinero de mayor o menor volumen, la cual no ha de producirse para que pueda tener lugar esa reposición. Para ello no basta una suma cualquiera de dinero, sino que se requiere una cantidad de dinero de determinada magnitud. scort en barcelona Los gastos de circulación, derivados del simple cambio de forma del valor, de la circulación idealmente considerada, no se incorporan al valor de las mercancías. Las partes de capital desembolsadas para hacerles frente constituyen desde el punto de vista del capitalista, simples deducciones del capital productivamente invertido. Los gastos de circulación que ahora examinamos tienen un carácter distinto. Pueden nacer de procesos de producción proseguidos simplemente en la circulación y cuyo carácter productivo se oculte bajo la forma de ésta. Y pueden también, socialmente considerados, constituir meros gastos, una inversión improductiva de trabajo, sea vivo o materializado y, sin embargo, precisamente por ello, traducirse en una creación de valor para el capitalista individual, representando una adición al precio de venta de su mercancía. Así se desprende ya del hecho de que estos gastos sean distintos en distintas ramas de producción y a veces también, dentro de la misma rama de reproducción, para distintos capitales individuales. Al agregarse al precio de las mercancías, se reparten en la medida en que corresponde, a los distintos capitalistas individuales. Pero todo trabajo que añade valor puede añadir también plusvalía y, sobre una base capitalista, añadirá cada vez más plusvalía, ya que el valor creado por él depende de su propia magnitud y la plusvalía que arroje dependerá de la medida en que el capitalista pague el trabajo. Por consiguiente, gastos que encarecen la mercancía sin añadir nada a su valor de uso y que, desde el punto de vista de la sociedad, pertenecen, por tanto, a los faux frais de la producción, pueden ser, sin embargo, fuente de enriquecimiento para el capitalista individual. Por otra parte, esto no los hace perder su carácter improductivo, siempre y cuando que estos gastos de circulación se limiten a repartir por partes iguales lo que añaden al precio de las mercancías. Así, por ejemplo, las sociedades de seguros reparten entre la clase capitalista las pérdidas de los capitalistas individuales. Pero esto no impide que las pérdidas así niveladas sigan siendo pérdidas, desde el punto de vista del capital social en su conjunto. escort Madrid Una vez que me había impuesto este trabajo de revisión, me decidí a aplicarlo también al texto original que tomé como base (la segunda edición alemana), simplificando el desarrollo de algunos puntos, completando el de otros, incorporando a la obra nuevos datos históricos o estadísticos, añadiendo nuevas observaciones críticas, etc. Sean cuales fueren los defectos literarios de esta edición francesa, es indudable que posee un valor científico propio aparte del original y debe ser tenida en cuenta incluso por los lectores que conozcan la lengua alemana. girls bcn Si analizamos el dinero, vemos que éste presupone un cierto nivel de progreso en el cambio de mercancías. Las diversas formas especiales del dinero: simple equivalente de mercancías, medio de circulación, medio de pago, atesoramiento y dinero mundial, apuntan, según el alcance y la primacía relativa de una u otra función, a fases muy diversas del proceso de producción social. Sin embargo, la experiencia enseña que, para que todas estas formas existan, basta con una circulación de mercancías relativamente poco desarrollada. No acontece así con el capital. Las condiciones históricas de existencia de éste no se dan, ni mucho menos, con la circulación de mercancías y de dinero. El capital s6lo surge allí donde el poseedor de medios de producción y de vida encuentra en el mercado al obrero libre como vendedor de su fuerza de trabajo, y esta condición histó­rica envuelve toda una historia universal. Por eso el capital marca, desde su aparición, una época en el proceso de la producción social .42 videos de putas Para acumular, es forzoso convertir en capital una parte del trabajo excedente. Pero, sin hacer milagros, sólo se pueden convertir en capital los objetos susceptibles de ser empleados en el proceso de trabajo; es decir, los medios de producción, y aquellos otros con que pueden mantenerse los obreros, o sean, los medios de vida. Por consiguiente, una parte del trabajo excedente anual deberá invertirse en crear los medios de producción y de vida adicionales, rebasando la cantidad necesaria para reponer el capital desembolsado. En una palabra, la plusvalía sólo es susceptible de transformarse en capital, porque el producto excedente cuyo valor representa aquélla, encierra ya los elementos materiales de un nuevo capital.2 Madrid escorts Las mercancías no pueden acudir ellas solas al mercado, ni cam­biarse por si mismas. Debemos, pues, volver la vista a sus guar­dianes, a los poseedores de mercancías. Las mercancías son cosas, y se hallan, por tanto, inermes frente al hombre. Si no se le someten de grado, el hombre puede emplear la fuerza o, dicho en otros términos, apoderarse de ellas.1 Para que estas cosas se relacionen las unas con las otras como mercancías, es necesario que sus guar­dianes se relacionen entre sí como personas cuyas voluntades moran en aquellos objetos, de tal modo que cada poseedor de una mer­cancía sólo pueda apoderarse de la de otro por voluntad de éste y desprendiéndose de la suya propia; es decir, por medio de un acto de voluntad común a ambos. Es necesario, por consiguiente, que ambas personas se reconozcan como propietarios privados. Esta relación jurídica, que tiene por forma de expresión el contrato, es, hállese o no legalmente reglamentada, una relación de voluntad en que se refleja la relación económica. El contenido de esta relación jurídica o de voluntad lo da la relación económica misma.2 Aquí, las personas sólo existen las unas para las otras como representantes de sus mercaderías, o lo que es lo mismo, como poseedores de mer­cancías. En el transcurso de nuestra investigación, hemos de ver constantemente que los papeles económicos representados por los hombres no son más que otras tantas personificaciones de las relaciones económicas en representación de las cuales se enfrentan los unos con los otros.

La ley de 1833 declara que la jornada normal de trabajo en las fábricas deberá comenzar hacia las 5 y media de la mañana y terminar hacía las 8 y medía de la noche; dentro de estos límites, es decir, en un espacio de 15 horas, se considera legal emplear a cualquier hora del día a obreros jóvenes (entre los 13 y los 18 años), siempre y cuando que el mismo obrero adolescente no trabaje más de 12 horas al cabo del día, con excepción de ciertos casos especiales previstos por la ley. La sección 6 de la ley determina "que dentro del día, se concederá a estos obreros de jornada restringida hora y media para las comidas, cuando menos". Se prohibe, con la excepción que luego mencionaremos, el empleo de niños menores de 9 años, limitándose a 8 horas diarias el trabajo de los niños desde los 9 años a los 13. Y se decreta la prohibición del trabajo nocturno, es decir, del que esta ley considera como tal, o sea desde las 8 y medía de la noche hasta las 5 y media de la mañana, para las personas mayores de 9 y menores de 18 años. putas españa 147 Acerca de los caminos que la redacción de esta ley deja abiertos para su violación, cfr. la memoria parlamentaría titulada Factory Regulations Acts (6 agosto 1859), y en ella el trabajo de Leonhard Horner Suggestions for Amending the Factory Acts to enable the Inspectors to prevent illegal working, now become very prevalent. chicas compañía Barcelona En su informe final, la "Children's Employment Comimission” propone que se sometan a la ley fabril más de 1.400,000 niños, jóvenes y mujeres la mitad aproximadamente de los cuales son explotados por la pequeña industria y el trabajo a domicilio.233 Si el parlamento –dice este informe– aceptase nuestra propuesta en toda su extensión, es indudable que esta reforma legislativa ejercería el más benéfico influjo, no sólo sobre los jóvenes y los seres débiles a quienes se destina en primer término, sino también sobre la gran masa de obreros adultos que caen, directa (mujeres) e indirectamente (hombres) dentro de su radio de acción. Esta reforma les obligaría a trabajar durante un cierto número regular y moderado de horas; administraría y acumularía las reservas de fuerza física, de que tanto depende su propio bienestar y el del país; protegería a la generación que se está formando de ese agotamiento prematuro que mina su salud y determina su muerte o su ruina física antes de tiempo, y, finalmente, permitiría a los obreros jóvenes, por lo menos hasta los 13 años, cursar la enseñanza elemental y pondría término de ese modo a la increíble ignorancia que con tanta fidelidad se describe en los informes de la Comisión y que no puede observarse sin una sensación muy penosa y un profundo sentimiento de humillación nacional.”234 El gabinete tory anuncio en el mensaje de la corona leído el 5 de febrero de 1867, que había recogido en unos cuantos “bills” las propuestas 235 de la Comisión de investigación industrial. Para llegar a esta conclusión, fueron necesarios veinte años de experimentos in corpore vili. (104) Ya en 1840, había sido nombrada una Comisión parlamentaria para realizar investigaciones acerca del trabajo infantil. Su informe, emitido en 1842, trazaba (según las palabras de N. W. Senior) la pintura más espantosa de codicia, egoísmo y crueldad de padres y capitalistas, de miseria, degradación y sacrificio de niños y jóvenes, que jamas vieran los ojos del mundo ... Podría pensarse que en el informe se describen las crueldades de una época remota. Desgraciadamente, hay datos que testimonian la persistencia de estas crueldades, con caracteres tan intensivos como nunca. Un folleto publicado hace unos dos año por Hardwicke declara que los abusos sancionados en 1842 se exhiben hoy (1863) en todo su esplendor... Este informe (de 1842), pasó inadvertido durante veinte años enteros, al cabo de los cuales se permitió que aquellos niños, criados sin la más remota idea de lo que llamamos moral, sin asomo de educación escolar, de religión ni de cariño familiar, se convirtieran en los padres de la actual generación.236 boxbcn.com El valor se convierte, por tanto, en valor progresivo, en dinero progresivo, o lo que es lo mismo, en capital. El valor proviene de la circulación y retorna nuevamente a ella, se mantiene y multiplica en ella, refluye a ella incrementado y reinicia constantemente el mismo ciclo.14 D – D’, dinero que incuba dinero, money which begets money, reza la definición del capital en boca de sus primeros intérpretes, los mercantilistas. artes graficas Durante los períodos de estancamiento y prosperidad media, el ejército industrial de reserva ejerce presión sobre el ejército obrero en activo, y durante las épocas de superproducción y paroxismo pone un freno a sus exigencias. La superpoblación relativa es, por tanto, el fondo sobre el cual se mueve la ley de la oferta y la demanda de trabajo. Gracias a ella, el radio de acción de esta ley se encierra dentro de los límites que convienen en absoluto a la codicia y al despotismo del capital. Detengámonos un momento, pues es lugar oportuno para hacerlo, a recordar una de las grandes hazañas de los economistas apologéticos. Se recordará que cuando, al implantar nuevas máquinas o ampliar las antiguas, se convierte en constante una parte del capital variable, el economista apologético toma esta operación, que "inmoviliza" capital y, al hacerlo, deja "disponibles" a una parte de los obreros, y, dándole la vuelta, la presenta corno si se tratase de dejar disponible para los obreros una parte del capital. Ahora es cuando podemos medir en todo su alcanse el cinismo del apologista. Los que quedan disponibles, con esta operación, no son sólo los obreros directamente desalojados por las máquinas, sino también sus sustitutos y el contingente adicional que, normalmente, hubiera sido absorbido por la expansión habitual de la industria sobre su antigua base. Todos quedan "disponibles" y a merced de cualquier nuevo capital que sienta la tentación de entrar en funciones. Ya atraiga a éstos o a otros cualesquiera, el resultado en cuanto a la demanda general de trabajo será nulo, siempre y cuando que este nuevo capital se limite a retirar del mercado exactamente el mismo número de obreros que las máquinas han lanzado a él. Sí da empleo a menos, aumenta el censo e los supernumerarios: si coloca a más, la demanda general de trabajo sólo aumentará en aquello en que la cifra de obreros colocados rebase la de los "disponibles". El impulso que los nuevos capitales ávidos de inversión habrían dado a la demanda general de trabajo, en otras condiciones, queda, por lo menos, neutralizado en la medida en que los obreros lanzados al arroyo por las máquinas bastan para cubrir sus necesidades. Es decir, que el mecanismo de la producción capitalista cuida de que el incremento absoluto del capital no vaya acompañado por el alza correspondiente en cuanto a la demanda general de trabajo. ¡Y a esto lo llama el apologista compensación de la miseria, de las penalidades v la posible muerte de los obreros desplazados durante el período de transición que los condena a vegetar en el ejército industrial de reserva! La demanda de trabajo no coincide con el crecimiento del capital, la oferta de trabajo no se identifica con el crecimiento de la clase obrera, como dos potencias independientes la una de la otra que se influyesen mutuamente. Les dés sont pipés.(129) El capital actúa sobre ambos frentes a la vez. Cuando su acumulación hace que aumente, en un frente, la demanda de trabajo, aumenta también, en el otro frente, la oferta de obreros, al dejarlos "disponibles", al mismo tiempo que la presión ejercida por los obreros parados sobre los que trabajan obliga a éstos a rendir más trabajo, haciendo, por tanto, hasta cierto punto, que la oferta de trabajo sea independiente de la oferta de obreros. El juego de la ley de la oferta y la demanda de trabajo, erigida sobre esta base, viene a poner remate al despotismo del capital. Por eso, tan pronto como los obreros desentrañan el misterio de que, a medida que trabajan más, producen más riqueza ajena y hacen que crezca la potencia productiva de su trabajo, consiguiendo incluso que su función como instrumentos de valoración del capital sea cada vez más precaria para ellos mismos; tan pronto como se dan cuenta de que el grado de intensidad de la competencia entablada entre ellos mismos depende completamente de la presión ejercida por la superpoblación relativa; tan pronto como, observando esto, procuran implantar, por medio de los sindicatos, etc., un plan de cooperación entre los obreros en activo y los parados, para anular o por lo menos atenuar los desastrosos efectos que aquella ley natural de la producción capitalista acarrea para su clase, el capital y su sifocante, el economista, se ponen furiosos, clamando contra la violación de la ley "eterna" y casi "sagrada" de la oferta y la demanda. Toda inteligencia entre los obreros desocupados y los obreros que trabajan estorba, en efecto, el '"libre" juego de esa ley. Por otra parte, en cuanto en las colonias, por ejemplo, surgen circunstancias que estorban la formación de un ejército industrial de reserva e impiden, por tanto, la supeditación absoluta de la clase obrera a la clase capitalista, el capital, y con él su Sancho Panza abarrotado de lugares comunes, se rebelan contra la "sagrada" ley de la oferta y la demanda y procuran corregirla un poco, acudiendo a recursos violentos. tarjetones de boda Así, pues, de una parte, los nuevos capitales formados en el transcurso de la acumulación atraen a un número cada vez menor de obreros, en proporción a su magnitud. De otra parte, los capitales antiguos periódicamente reproducidos con una nueva composición van repeliendo a un número cada vez mayor de los obreros a que antes daban trabajo. restaurantes en alicante 72 En Inglaterra, por ejemplo, en el campo, todavía hay de vez en cuando obreros condenados a pagar una multa por profanar el domingo trabajando en el huertecillo pegado a su casa. Este mismo obrero se ve castigado por incumplimiento de contrato si un domingo dejo de acudir a la fábrica de metal, de papel o de cristal, aunque sea por una manía religiosa. El ortodoxo parlamento inglés cierra los ojos ante las profanaciones del domingo siempre y cuando que se cometan para la incrementación del capital. En un memorial (agosto de 1863) en el que los jornaleros que trabajan en las tiendas de pescado y aves de Londres piden que se suprima el trabajo dominical, se dice que estos asalariados trabajan 15 horas diarias por término medio durante los seis primeros días de la semana, y los domingos de 8 a 10 horas. De este memorial se deduce, además, que el "trabajo dominical" de los jornaleros peticionarios excita más todavía la glotonería quisquillosa de los beatos aristocráticos de Exeter Hall. Estos "devotos", tan celosos "in cute curanda" (59), se mantienen fieles a su cristianismo gracias a la resignación con que el exceso de trabajo, las privaciones y el hambre de otros. Obsequium ventris istis (es decir, de los derechos) perniciosus est. (60) inmobiliaria barcelona 52 Podríamos decir que Inglaterra exporta todos los años, no sólo capital, sino también obreros, en forma de emigración. Sin embargo, en el texto no se habla para nada del peculio de los emigrantes, que en su mayoría no son obreros. Un gran contingente lo forman los hijos de los colonos. El capital adicional inglés que se coloca todos los años en el extranjero a ganar interés, guarda una proporción muchísimo mayor con la acumulación anual que la emigración de cada año con el crecimiento anual de la población.

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